De sangre bañadas están,
las dos primeras y cada una de las cortinas
que hacían sombras del sol.
De sangre bañados están,
los floreros, los jarrones y el diván
donde sucumbe nuestro amor furtivo.
Aquel vestido blanco tiznó,
y probo que solo podía ser blanco,
nunca burdeos, como aquella, tu primera menstruación.
El piso, los collares, mi reloj.
Tus ojos, mis palmas, y el espejo.
También la vela y el cuchillo,
ese que rasgó, cual tela, tu piel.
De sangre bañado quede.
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